domingo, 24 de mayo de 2015

Cucusemi XV

¿Pájaro en mano o pájaro volando?

Capitulo decimoquinto: las decisiones que cambian el rumbo.


Y pasaban los días, uno tras otro; entre cambios de aceite, lavado de coches, que si desmonta por aquí y monta por allá. En los ratos libres jugando con los pájaros o salía a correr al anochecer por los caminos entre campos de cultivo, aunque esto último tuve que dejar de hacerlo pues los vecinos que me cruzaba se empeñaban en traerme de vuelta en sus vehículos.

- ¿que haces por aquí? Sube que te llevo.
- no gracias, es que me gusta salir a correr.
- correr por correr, tu estas pallá que te va a dar algo...

Y así casi todos los días, hasta que alguien inventó la palabra footing y se puso de moda no hubo forma de practicar este deporte con tranquilidad.

Una vez Padrino me regaló una pareja de tórtolas ya que cuando que entraba a la jaula con los pájaros se me ponían en el hombro y se dejaban coger. 
 
No era algo raro, muchas veces entraba a llenarles los comederos y abrir el grifo de la fuente para que se renovara el agua entonces cogía un puñado de alpiste y me quedaba quieto con la mano extendida; al poco los periquitos, mas atrevidos, venían a comer de mi mano después los canarios y los mandarines tropicales que no llegaban a posarse del todo, cogían los granos y se los comían en otro sitio. Las tórtolas, como he dicho, se me posaban en el hombro y esperaban que le acercara la mano. La menos simpática fue la cacatúa blanca, se posaba en el brazo pero con fuerza y me clavaba las uñas y más de un picotazo me dio al tiempo que cogía la comida.

Llevé la parejita a casa y Papá les construyó una gran jaula de madera de casi un metro de largo por medio de alto con el frente cubierto de rejilla metálica; pronto hicieron nido dentro y tuvieron dos pichones pero estos no sobrevivieron más de un mes, alguien me dijo que porque la jaula era demasiado pequeña para criar y los padres dejaban de alimentar a las crías, esto no me gustaba nada y terminé vendiéndoselas a un amigo que también tenia una habitación convertida en jaula por quinientas pesetas.

Aprendí muchas cosas en aquella época además de mecánica, entre ellas a mover los coches -que no es lo mismo que conducir. Primero manejando el volante de aquellos que no se podían arrancar, como era el que menos pesaba me ponían al volante mientras otros empujaban para meterlos al taller: gira a la derecha, todo recto, un poco hacia allá, frena ¡listo! siguiendo las instrucciones era fácil. Un día hubo que ir a recoger un seiscientos del pueblo, lo amarramos con una cuerda al parachoques trasero del 1500 para remolcarlo, fue lo más parecido a conducir que había hecho hasta entonces y de la emoción casi lo saco del camino por el lado izquierdo. Poco a poco fui aprendiendo y cogiéndole el truquillo al asunto hasta que me atrevía a meter y aparcar coches en el taller.

Por aquella a mi primo le tocó hacer la mili, eso me dio más protagonismo y responsabilidad cuando aún era un aprendiz algo aventajado, sabia desmontar y montar pero un cero a la izquierda en diagnosticar averiás, suerte que la hizo en Cartagena y casi todos los días y fines de semana venia a casa.
Una noche se presento en el taller con varios compañeros y mandos, resulta que estaban de maniobras en el campo cercano de el Carmolí y se les rompió una trasmisión de un camión y entre todos conseguimos repararla en un par de horas y así su compañía pudo continuar al día siguiente como si nada hubiese pasado, todos contentos y mi primo se ganó una semana de permiso.

También pasaron cosas tristes, tía Fina se puso enferma y murió en pocos días. Difícil llenar el vacío que deja alguien que se va para siempre, pero es ley de vida y hay que continuar por más que duela.

Continuamos con nuestras vidas y yo empecé a pensar en como iba la mía. Había dejado el pueblo pero no era esto lo que buscaba, no es que no me gustase, es que quería más. Me imaginaba dentro de unos años como un gran mecánico, quizá con mi propio taller, pero algo en mi interior me decía que no era suficiente. Una noche mientras cepillábamos a los ponis hable con Padrino y le dije que me iba a ir del taller en poco tiempo, mi mente estaba puesta en ver mundo y me llamaba la atención el anuncio que salia en la tele:

- ¡muchacho la Marina te llama!

Ver mundo y buen sueldo fijo. Solo tenia una pega, de aquella, los dos primeros años el sueldo es casi de risa por lo que si me voy a meter en este fregado necesito ahorrar lo suficiente para pasar dos años medio bien y para eso lo más rápido era trabajar a destajo en el campo o en los almacenes de envasado de frutas que por aquí tenemos bastantes, muchas horas diarias de trabajo y poco tiempo libre para poder gastar.

No gustó la idea a Padrino ni a Papá pero aceptaron mi decisión. A partir de entonces la meta estaba más clara y las cosas sucederían rápido pero eso ya os lo contaré en otros capítulos.



1 comentario:

  1. Así que sueldo de risa....jjjjj...., voy a levantar la culata del clio, si quieres menos sueldo...na.

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